Casi nunca nos damos cuenta de que podemos suprimir cualquier cosa de nuestras vidas en cualquier momento y en un abrir y cerrar de ojos.
Un guerrero no necesita historia personal. Un día descubre que ya no le es necesaria, y la abandona.
La historia personal debe ser renovada constantemente contando a los padres, parientes y amigos todo cuanto uno hace. Por otro lado, el guerrero que no tiene historia personal, no necesita dar explicaciones; nadie se enoja ni se desilusiona con sus actos. Y sobre todo, nadie le amarra con sus pensamientos y expectativas.
Cuando nada se da por cierto permanecemos alerta, permanentemente de puntillas. Es más emocionante no saber detrás de qué matorral saltará la liebre que comportarnos como si lo supiéramos todo.
Mientras un hombre siente que lo más importante del mundo es él mismo, no puede apreciar verdaderamente el mundo que lo rodea. Es como un caballo con anteojeras: sólo se ve a sí mismo, ajeno a todo lo demás.
La muerte es nuestra eterna compañera. Se halla siempre a nuestra izquierda, a la distancia de un brazo tras de nosotros. La muerte es la única consejera sabia con la que cuenta un guerrero. Cada vez que el guerrero siente que todo anda mal y que está a punto de ser aniquilado, puede volverse a su muerte y preguntarle si ello es cierto. Su muerte le dirá que se equivoca, que en realidad nada importa salvo su toque. Su muerte le dirá: «Todavía no te he tocado.»
(VIAJE A IXTLÁN)
No hay comentarios:
Publicar un comentario