Siempre que el diálogo interno cesa, el mundo se desploma y afloran extraordinarias facetas nuestras, como si hubieran estado celosamente guardadas por nuestras palabras.
El mundo es insondable. Y también lo somos nosotros, así como todos los seres que existen en este mundo.
Los guerreros no ganan victorias golpeándose la cabeza contra los muros, sino rebasando los muros. Los guerreros saltan sobre los muros, no los derriban.
Un guerrero debe cultivar el sentimiento de que tiene cuanto necesita para ese viaje extravagante que es su vida. Lo que cuenta para un guerrero es estar vivo. La vida es suficiente y completa en sí misma, y por sí misma se explica.
Por eso puede uno decir, sin presunción, que la experiencia de las experiencias es estar vivo.
El hombre corriente piensa que entregarse a las dudas y a las tribulaciones es señal de sensibilidad, de espiritualidad. Lo cierto es que el hombre corriente no puede hallarse más lejos de ser sensible. Su diminuta razón se convierte, deliberadamente, en el monstruo o en el santo que imagina ser, aunque en realidad es demasiado minúscula para un molde de monstruo o de santo de ese tamaño.
(Relatos de poder)
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