Después de un momento, todo paró, como lo había previsto don Juan. Decir nuevamente que estaba abrumado es un eufemismo. Ésta era la primera vez en mi vida, con o sin don Juan, que no sabía si iba o venía. Quería levantarme de la silla y caminar por la habitación, pero estaba mortalmente asustado. Estaba lleno de aserciones racionales, y a la vez repleto de un miedo infantil. Comencé a respirar profundo, mientras un sudor frío me cubría todo el cuerpo. De alguna manera se había desatado en mí una horrenda visión: sombras negras, fugaces brincando a mi alrededor, dondequiera que mirara.
Cerré los ojos y me recliné sobre el brazo de la silla.
‑No sé para dónde mirar, don Juan ‑dije‑. Esta noche ha logrado realmente que me pierda.
- Estás desgarrado por una lucha interna ‑dijo don Juan‑. Muy en lo profundo, sabes que eres incapaz de rechazar el acuerdo de que una parte indispensable de ti, tu capa brillante de conciencia, servirá de alimento incomprensible a unas entidades, naturalmente, también incomprensibles. Y otra parte de ti se opondrá a esta situación con toda su fuerza.
- La revolución de los chamanes ‑continuó‑, es que se rehúsan a honrar acuerdos en los que no han participado. Nadie me preguntó si consentía ser comido por seres de otra clase de conciencia. Mis padres me trajeron a este mundo para ser comida, sin más, como lo fueron ellos; fin de la historia.
…
(continuará…)
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